"Ven. Siéntate conmigo en el césped
antes de que otro césped crezca con tu polvo y el mío."

(Omar Jayyam, Rubaiyyat)

miércoles, 22 de julio de 2015

TSATSIKI Y MELITSANOSALATA (dos refrescantes recetas griegas)


     Desde que comenzara este tórrido verano, tenía en mente aliviar un poco la densidad del blog con algunas recetas ligeras y apropiadas para estos meses de calor.
     ¿Y qué mejor que un par de platos griegos?, con su inconfundible sabor mediterráneo, su simplicidad ejemplar, su inconfundible presencia bajo el urbano cielo violáceo de Atenas (cuando la contaminación no lo enturbia), o bajo un emparrado en un pueblecito de montaña, mientras un bouzouki transforma en música la cercana luminosidad del mediodía, o en una taberna insular junto al turquesa translúcido del Egeo.


     Sin embargo, en momentos tan terribles para esa tierra hermana y para el sueño común de una Europa solidaria y democrática, dudaba si, de alguna manera, no suponía una frivolidad por mi parte.

     Pero si algo me ha enseñado la cultura griega, tanto esa inmensa cultura milenaria continuamente renovada bajo la actualidad de cada momento histórico, como la pequeña cultura de la cotidianidad y el permanente exilio interior, es que la autenticidad del hombre no se encuentra sólo en la monumentalidad del pensamiento puro sino también en el amor a la vida a través de sus dones más inmediatos: la luz sobre una roca desnuda, el aroma de un café en un pequeño puerto recóndito, el gozo de la comida compartida, la amistad, la amistad sin contrapartidas y sin intrusiones, Epicuro, la conciencia de la propia naturaleza mortal para que el miedo no nos paralice ni nos impida disfrutar de este jardín de encuentro que es la vida, caótico y efímero, pero divino, humano, terriblemente humano.

Llegando a Atenas,
con la Acrópolis al fondo.


     Durante este último mes hemos vivido la encarnizada destrucción del sueño europeísta.
     Lejos de ser un espacio de cooperación y desarrollo, de solidaridad y democracia, Europa ha dejado caer las máscaras y hemos vuelto a reencontrarnos con su auténtico rostro: un rostro manchado de intolerancia, de arbitrario autoritarismo, de despotismo brutal, de bárbara ferocidad egoísta, de impunes masacres, de humillación y prepotencia, una salvaje contienda hegemónica, huera soflama autocomplaciente que no duda en devorar a sus propias criaturas, un delirio crematístico, xenófobo, monstruoso, que desdice y aplasta una vez más sus más excelsos postulados culturales.
     La crueldad depredadora con que la banca alemana y sus miserables acólitos han acorralado al pueblo griego, hasta la asfixia moral y material, no ha sido sólo un contubernio entre tahúres, sino la más inhumana demostración de poder expeditivo y antidemocrático. De golpe de estado alemán lo ha definido el premio nobel de economía Paul Krugman: "Matar el proyecto europeo". El ex ministro griego Yanis Varoufakis, singular como un titán portador del fuego y como él encadenado a la roca de la impotencia por su temeraria filantropía, no dudó en comparar el resultado de las negociaciones greco-germanas con el golpe militar que llevó a la dictadura de los Coroneles en 1967, un auténtico golpe de estado "con bancos en lugar de tanques". Sus palabras resuenan con la tajante rotundidad del vencido, que no derrotado: "La eurozona es un lugar incómodo para personas decentes".
     Paso a paso, hemos asistido a una demolición de los farisaicos discursos europeístas, que ha dejado desnuda y manifiesta la ruindad de un proyecto financiero que subordina la hegemonía económica a los principios de respeto y humanidad.
     Se engaña quien siga pensando que ha sido una negociación económica entre estados soberanos. El ensañamiento y la encarnizada obcecación con que se ha impuesto al pueblo griego la asfixia material sólo es comparable a las más brutales atrocidades bélicas cometidas por estados europeos, de tan triste recuerdo en la historia reciente, y especialmente contra la propia Grecia.
     Lo más vergonzoso de todo el proceso, sin duda, el apasionado posicionamiento pro germano de los gobiernos más afectados por la supuesta crisis, víctimas y cómplices necesarios en la hipócrita solución de los negros caballeros de la Troika a una crisis creada por la propia política económica continental. Lo más ruin, su despreciable mezquindad al pisotear al hermano griego únicamente por razones electoralistas; el más gallito, nuestro propio presidente, reviviendo viejas alianzas de tan infausta memoria.

Vista del golfo Sarónico,
desde la colina de Filopapo.

     En medio de la profunda tristeza que estas noticias me producen, escucho una hermosísima canción griega, Θεός αν είναι (Si existe Dios), interpretada por Jaris Alexíou, con música de Goran Bregovic, y la mente me transporta de inmediato al interior de un estrecho camarote que, al ocaso, zarpaba del puerto de Hiraklion (Creta) hasta el populoso Pireo. Compartí camarote con un desconocido, un desconocido que, como yo, resultó ser profesor, en su caso de matemáticas, en un Liceo heleno. Sentados en las literas, mientras el rojo sangre del sol en el mar irrumpía por el sucio ventanuco, no tardamos en entablar conversación, como aquellos héroes anónimos que, nada más encontrarse, se interrogaban mutuamente. Porque el conocimiento del otro es el único camino para derrotar al posible enemigo que en el amigo habita.
     Me retrotrae a otra travesía de Lesvos al mismo puerto ateniense, y cómo al amanecer, embocando ya la entrada al Pireo, con la mayoría de los pasajeros en cubierta, vi a un hombretón, un griego avezado, ajeno por completo al bullicio del inminente desembarco, sentado sobre su propia maleta, tranquilamente leyendo. Por encima de su hombro, pude ver lo que leía: Gramsci. La fuerza de aquella imagen me inspiró un poema en el que lo definí como un Heracles contemporáneo, curtido en la derrota de monstruos, tanto los monstruos que nos amenazan desde dentro como los que nos amenazan desde fuera, con la serenidad que confiere la constatación de que los trabajos nunca cesan y con la confianza en la fuerza de la autenticidad, probada en los caminos de los días y en los caminos de la mente. La salida del sol bendijo de repente el golfo Sarónico y coronó su frente arrugada.
     Revivo un instante antiguo, tan sencillo y grandioso en su simplicidad como el crujir del pan cuando es repartido. Era mi primer aterrizaje en tierra griega y me encontraba en plena plaza Sýndagma, fascinado por el caótico y abigarrado bullir de gentes, con el mapa de la ciudad en la mano y mi parco bagaje de treinta o cuarenta palabras, intentando orientarme en aquel dédalo fascinante. Espontáneamente, un par de griegos que por allí pasaban me preguntaron en inglés si necesitaba ayuda. Les respondí en su propia lengua. El timbre de su voz no se hizo más complaciente, pero su mirada estableció un afectuoso puente de entendimiento. La sonrisa con que se despidieron fulgía con la breve y rotunda intensidad de algunos de los más hermosos fragmentos de la lírica arcaica griega.
     Con benévola sonrisa, rememoro una anécdota de cariz bien distinto, pero no menos sintomático. Durante una larga estancia en Atenas, diversas circunstancias me llevaron a trabajar de comparsa en una función de teatro, representada en las afueras de la ciudad una calurosa noche de julio. Mi papel se reducía a porteador mudo de la parihuela donde era transportado a escena el rey persa muerto. La solemne gravedad del texto de Esquilo contrastaba con la realidad de la troupe, frívolas estrellas de seriales televisivos griegos.
     El regreso lo hice en el coche del director, con la primera actriz como copiloto. Circulábamos, avanzada ya la noche, por una gran autovía de varios carriles, testigo igualmente mudo de una encendida discusión en la parte delantera del automóvil. La diva, y también pareja del joven y apuesto director, una exuberante rubia oxigenada, le reprochaba con temperamental vehemencia que hubiera mirado y sonreído a otra durante el ensayo general. A gritos y empujones, lo amenazaba si es que volvía a reincidir: να σε σκοτώσω, να σε σκοτώσω (que te mato, que te mato), sin escatimar insultos y codazos a su indiferente don Juan. Con lo que el coche no dejaba de dar bandazos entre los distintos carriles de la autovía. Milagrosamente llegamos sanos y salvos a nuestro destino.
     La anécdota podría haberse insertado con toda naturalidad en cualquier comedia de enredo española, o en la excelente "Balas sobre Brodway" de Woody Allen, o en el neorrealismo italiano más costumbrista, pero la lengua en que la viví era la misma de Homero, de Aristófanes, de Teócrito, de Solomós, de Seferis; una lengua sin duda mucho más de la calle, más vulgar, pero no menos valiosa. Porque, en palabras de Claudio Magris, "la vulgaridad también exige respeto, ser melindrosos es un pecado contra la vida".

     Pero, sobre todo, la canción de Jaris Alexíou me hace presentes en el alma a mis grandes amigos griegos, aquellos con los que he compartido... casi todo, mi otra familia.
     Y vuelvo a estar con ellos en el paraninfo de la madrileña facultad de Geografía e Historia, interpretando en una sola voz y en una sola alma música y poesía de Seferis, Ritsos, Elytis, Sikelianós, Karyotakis... O cierro los ojos y vuelvo a sentir la intimidad de su presencia durante una cena armonizada por la conversación cordial y la música, que es la voz primordial del mundo.
         Soy de nuevo aquel neófito que, entre los almendros en flor de la Complutense, descubría como una revelación la eternidad de la lengua griega, a través del amor y el respeto de nuestra profesora y amiga del alma, mi querida Penélope. Querría hoy volver a visitar su antiguo piso del barrio de Goya para desnudar juntos, con la delicadeza y el fervor del amante, los más hermosos versos de la poesía griega moderna, invocando en el diccionario y en la memoria personal las voces castellanas más adecuadas para traicionar lo menos posible su autenticidad, traducciones que no dejábamos de mimar y pulir con aliento unánime durante el laborioso y más mecánico proceso de la publicación en voluminosos monográficos, Πιο κοντά στην Ελλάδα (Más cerca de Grecia), elaborados con más rigor y entusiasmo que con medios o ayudas oficiales.
     Las lágrimas corren por mi cara, lágrimas de rabia, de impotencia, de memoria lacerada por la bárbara crueldad que contra el pueblo griego se está cometiendo por parte del omnívoro poder financiero, con la necesaria complicidad de gobiernos vendidos a su propio afán electoralista.

     Entonces siento que no es una frivolidad hablar de comida en este trance, sino una responsabilidad: recordar la humanidad que compartimos, recordar que el hombre no es hombre cuando somete al otro sino cuando comparte el gusto de los dones sencillos, recordar que todos participamos de un mismo temor por la propia indefensión y un mismo aliento de vida.

Algunos hombres son tan pobres
que lo único que tienen es dinero.



TSATSIKI
(ensalada de pepino con salsa de yogur)

     Una de las más populares ensaladas griegas, asequible hoy en muchos supermercados, sin dejar de ser un burdo sucedáneo de una receta bien simple y asequible.
     He de confesar que, en España, tuve que experimentar con los productos locales hasta conseguir aquella textura compacta. Lo que aquí explico es el resultado de esa experimentación.


          Ingredientes
  • Pepinos (3).
  • Yogur natural (2, si es auténticamente griego; 4, en caso contrario).
  • Ajo (1 diente).
  • Aceite de oliva (medio vasito de yogur).
  • Limón (una mitad).
  • Sal.
  • Aceitunas negras (opcional).

     Por un lado, pelamos los pepinos y o bien los rallamos o bien los cortamos en cuadraditos, según el gusto. Luego los dejamos escurriendo sobre un colador, con un poco de sal, para que suelten el máximo líquido. Con un par de horas basta, aunque yo prefiero hacerlo la víspera, para asegurarme que el tsatsiki quede lo más compacto posible.


      Por otro lado, vamos preparando la salsa de yogur.
     Téngase en cuenta que esos productos que en los supermercados se anuncian como yogur griego constituyen una más de las grandes estafas de la publicidad comercial. Nada más lejos de la realidad que un yogur a base de añadirle grasas animales o vegetales para conseguir la densidad de un auténtico yogur griego.
     Si se dispone de esos cremosos y acidulados yogures griegos, perfecto. En caso contrario, mi consejo es comprarlos de cualquier marca y, también la víspera, volcarlos sobre un colador forrado de papel cocina, para que suelten el máximo de suero posible. El resultado no desmerece demasiado.


     No mucho antes de consumirse, se prepara la salsa, batiendo bien con la varilla el yogur, el diente de ajo rallado, el zumo de medio limón, sal y el aceite. Batir a mano, nunca con batidora eléctrica, hasta que la salsa tenga un aspecto blanco completamente homogéneo.
     Con esta cantidad de ajo, aceite y limón, se obtendrá una salsa de sabor suave, no demasiado intenso, digerible para estómagos delicados. Si se tiene preferencia específica por cualquiera de los ingredientes, puede cambiarse tranquilamente la proporción.


     Una vez terminada la salsa, basta con mezclarla bie con el pepino escurrido para obtener un refrescante y apetitoso tsatsiki, con el que acompañar cualquier otro plato de sabor más contundente o simplemente tomarlo de aperitivo.


     Es bastante frecuente adornar el tsatsiki con unas cuantas aceitunas negras. El contraste entre el intenso sabor oliváceo a salmuera de las aceitunas de Kalamata y el frescor del tsatsiki es realmente espectacular, efecto no tan potente con las aceitunas negras nacionales, por lo que suelo prescindir de ellas. Es una opción personal, ni siquiera un consejo.

     El tsatsiki es realmente bueno y suficiente en sí, lo que no es óbice para que podamos utilizarlo como complemento para un canapé frío, por ejemplo sobre una loncha de lomo a la sal, o como base para una ensalada más completa como primer plato, mezclándolo  por ejemplo con lechuga y apio muy picaditos y atún.


MELITSANOSALATA
(crema de berenjena)

     Aunque la traducción literal sería ensalada de berenjena, en realidad tiene más de crema que de ensalada, tal como lo entendemos por estos lares.

      Esta receta guarda para mí un significado especial.
     Mi entusiasta iniciación al griego moderno no pudo encontrar mejor anfitriona que mi querida Penélope. No nos enseñó una lengua como mera herramienta comunicativa, instrumental. Se nos daba ella misma en la lengua, nos transportaba al corazón de Grecia a través de la palabra, tanto lo más excelso como lo más cotidiano, más como experiencia vivida que como materia de conocimiento. Apolo y Diónisos hablaban por su boca, pero no subidos en altos coturnos, sino con la naturalidad del gesto cotidiano.
    Desde el primer momento nos habló únicamente en griego, rompiendo de manera radical nuestro hábito filológico de meros traductores y dándonos así alas para volar libremente en la rica inmediatez del diálogo.
     Una de sus primeras clases consistió en la explicación de esta receta, tal como ella misma la había cocinado tantas veces. No utilizó ni un solo término castellano. Amante de la lengua y de la cocina, mis cinco sentidos pendían de sus palabras. Lógicamente, nada más llegar a casa, puse en práctica lo que más o menos había comprendido con mi todavía pobre conocimiento de esa lengua. El resultado, sin embargo, no desmerecía de otras melitsanosalatas probadas anteriormente. Ella misma me confirmó más tarde la presente receta.


     Ingredientes
  • Berenjenas (3 o 4, según tamaño).
  • Ajo (1 diente).
  • Limón (1 cuarto).
  • Aceite (50 cl.).
  • Sal.

     Lavamos las berenjenas y les cortamos la peana con cuidado de no pincharnos. Las asamos enteras en el horno, previamente calentado a 160º / 180º, dándoles un cuarto de vuelta cada quince minutos. Una hora en total, más o menos, hasta que al tocarlas, con cuidado de no quemarnos, las notemos blanditas. Eso sí, conviene cacular la temperatura ni demasiado baja ni demasiado fuerte como para que la piel no llegue a rajarse y se reseque la carne de la berenjena.


     Una vez templadas, cortamos las berenjenas y, con la ayuda de una cuchara, extraemos el interior. Sobre un colador, troceamos la pulpa de la berenjena asada, ayudándonos con un cuchillo o unas tijeras de cocina. Les añadimos una pizca de sal y las dejamos reposar un par de horas para que suelten parte del líquido.


       Transcurrido este tiempo, sólo nos queda batir bien, ahora sí, con batidora eléctrica, la pulpa de la berenjena, el diente de ajo picado, el zumo de un cuarto de limón y el aceite. Una vez obtenida una crema homogénea, de ligero color caqui, con el áspero y ambiguo sabor de la berenjena concentrado y suavizado por el resto de ingredientes, probamos y rectificamos de sal.

     La melitsanosalata está lista para tomarla tal cual, untada en rebanaditas de pan, como aperitivo, o directamente como guarnición de otro plato. Como en el caso del tsatsiki, la proporción de ingredientes puede variar según el paladar de cada uno.


     Esta receta es la base, excelente tal cual, a la que se le pueden añadir posteriormente ingredientes diversos para hacer de ella un entrante completo. La he comido mezclada con cebolla muy picadita, adornada con aceitunas, con anchoas. La imaginación es libre.


     Vaya desde aquí mi reconocimiento y amor a ese pueblo caótico y siempre indómitamente ejemplar.

     Για σας, Salud.

martes, 14 de julio de 2015

PODEMOS HA MUERTO. VIVA PODEMOS (reflexiones en medio de la tormenta)


PODEMOS HA MUERTO. VIVA PODEMOS
(reflexiones en medio de la tormenta)

     De la oruga a la mariposa. Del grano a la espiga. De el rey ha muerto a viva el rey. Del Podemos de la gente al Podemos del cambio.

18 Octubre 2014.
Asamblea Ciudadana Sí Se Puede

     Todo lo que está vivo se transforma. La vida huye de lo estático. Completamente cierto. Pero, en el proceso, ¿no podemos encontrarnos con que el resultado de la crisálida sea un lepidóptero insignificante y parasitario? ¿No cabe la posibilidad de que la semilla germine esa hierba invasora que ponga en peligro la necesaria biodiversidad? ¿Cuántas veces, si no siempre, la sentencia con que se saluda la muerte de un rey y la entronización de su sucesor despierta las mismas sospechas de aquel refrán que predice otro vendrá que a mí bueno me hará?
     La breve historia de Podemos es la historia de una profunda y veloz transformación, la metamorfosis de un movimiento algutinante y participativo, que allá en sus inicios sólo a regañadientes abandonaba su estatus asambleario y sólo nominalmente asumía la definición de partido, únicamente como imperativo legal para su asalto a las instituciones; hasta acabar convirtiéndose en una estructura monolítica y férreamente jerárquica, definitivamente consumada mediante la aprobación de un reglamento de primarias internas de cara a las próximas elecciones generales impositivo y excluyente.
     El descorazonamiento personal frente a este proyecto no es una pataleta circunstancial ni un berrinche victimista. Corroe no sólo fibras vitales de la propia sensibilidad, sino también planteamientos éticos irrenunciables.

     He escuchado estos últimos días argumentarios en defensa del actual modelo de partido que reducen la política a un mero juego de tronos, a un simple torneo por una posición de más o menos poder, divorciando la acción política de cualquier compromiso moral.
     Todos sabemos que la política, como los negocios, es una competición amoral.
     Pero eso mismo es lo que ya tenemos, y así nos ha ido. Para lo que ya tenemos, ¿necesitábamos nuevas alforjas?
     Una auténtica regeneración democrática sólo puede ir sustentada en una regeneración ética real.
     La erradicación de la corrupción política, que no es más que la gradación última en la amoralidad general de una sociedad liberal, individualista e insolidaria, amasada en la picaresca y el nepotismo, no puede acometerse únicamente con medidas administrativas, sino con la asunción general de unos valores de tolerancia hacia el que no soy yo, de efectiva igualdad de oportunidades, de respeto mutuo.
     Esos valores no se imponen por ley ni pueden ser nunca el resultado de la victoria en una confrontación electoralista. Se crean mediante el diálogo plural y una implicación responsable y altruista en lo común, sin personalismos excluyentes en los que deponer la propia responsabilidad.
     El empoderamiento no puede reducirse a una mera estrategia de diseño para imponerse entre las jaurías de la selva.

     Otro argumento muy difundido a favor de un Podemos rígidamente controlado desde arriba (ya que toda jerarquía, incluso electa, implica necesariamente un arriba y un abajo) presupone la incapacidad del individuo como sujeto de acción conjunta y, de rechazo, impone una visión militarista.
     Conquistemos el cielo, en orden de batalla. Ya desde las alturas conquistadas, lo arreglaremos todo, lo de dentro y lo de fuera.
     Pero toda victoria es una derrota. Toda victoria deja tras de sí el hedor de la muerte, la esclavitud moral o material de los derrotados, la destrucción de aquello que hizo del primate un ser humano: la palabra.
     Sólo vence auténticamente quien convence, y en todo convencimiento auténtico, más allá de la razón, juegan un papel necesario la bidireccionalidad del diálogo, una sensibilidad permeable, la empatía y la ilusión.
     ¿Recuerdas cuándo fue la última vez que votaste con ilusión?

     Dejemos a los expertos, dicen. Ellos saben. Ellos dan en el clavo, los demás aclamemos. De nuevo la aristocrática visión platónica de la sociedad, estamental y estática, con filósofos gobernantes y masa sumisa y acrítica.
     Pues nombrar expertos convierte al resto en necios. Pero en la naturaleza nada es absoluto. Todo experto guarda dentro de sí un necio, así como todo necio guarda dentro de sí un experto. Lo necio y lo experto están indisolublemente unidos en la constitución de todo ser. Imposible aislar lo uno de lo otro.
     Utilizar las energías de unos pocos, por muy potentes que éstas sean, despreciando la energía constructiva de la totalidad, es una irresponsabilidad que irremediablemente conduce al agostamiento. El monocultivo, si bien ha resultado a veces muy rentable, tanto a regímenes capitalistas como comunistas, a largo plazo siempre ha terminado destruyendo el propio suelo y comprometiendo el equilibrio ecológico.

     Hay quienes, en medio de este mar de tiburones de la economía global, ven en Podemos sólo una transitoria tabla de salvación para llegar. Sometámonos al timonel. Cuando lleguemos, abriremos de par en par las compuertas de la democracia.
     La transitoriedad, más que un alivio, supone un veneno mortal. Porque cuenta con la continuidad del sujeto y del cuerpo social, continuidad exclusiva de los libros de historia. El instante no existe, porque nuestra mente es incapaz de ser en el instante, sino en el recuerdo o en el proyecto. La percepción del instante transforma a éste en pasado, pues el proceso perceptivo se completa en el instante sobrevenido, cuando ya es futuro. Y la continuidad de los instantes en el tiempo hace de su ininterrumpida sucesión rutina, transformando la cualidad transitoria en sustancia permanente.
    No encuentro mejor resumen que un refrán griego: Nada más estable que lo provisional.

     Curioso también el maquiavelismo implícito en dicho argumento: Podemos es un medio para devolver a la sociedad lo que a la sociedad le ha sido robado. Y el fin, claro, justifica los medios.
     ¿No son esos mismos los fundamentos ideológicos de la globalización financiera, implementados por las políticas neoliberales de gobiernos cómplices, cuyas consecuencias pretendíamos combatir?
     Decía Nietzsche que, cuando miras a los ojos a un monstruo, corres el peligro de convertirte tú mismo en monstruo también.
     Necesitamos un cambio, sí, pero un cambio no sólo en el modelo económico, también en el modelo social y el ético, los tres pilares son fundamentales, indisociables. Y no hay atajos. No hay caminos perversos que conduzcan a la inocencia.
     El poeta griego y premio nobel Yorgos Seferis, diplomático activo durante la Segunda Guerra Mundial, escribía en un poema: "lo importante no es el qué sino el cómo, no el adónde sino por dónde".

     El argumento de un Podemos como vehículo instrumental (controlado y medianamente democrático) para unos fines sustancialmente diferentes de la propia herramienta (plena democracia) bebe en las mismas fuentes que la falsa dicotomía entre el fondo y la forma, entre el continente y el contenido, que el dualismo entre el alma y el cuerpo. Lo que no deja de ser un espejismo, cuando no una impostura.
     El medio es el fin, tal como el alma es el cuerpo.
    El continente no rompe el cascarón de la comunicación sino en el contenido, lo contrario es un balbuceo. Así como el contenido, incluso en el propio pensamiento, no llega a ser sino en el continente. ¿Alguien es capaz de pensar sin palabras, incluso una operación matemática?
     No puede haber un fondo ideológico sin una forma de expresión concreta que lo materialice. Y la expresión, toda expresión, incluso la escritura automática surrealista, brota de raíces que predeterminan su naturaleza.
     A propósito del lenguaje cinematográfico, Godard dijo que un simple travelling es ya una cuestión moral.
     Porque no somos hijos de lo que hacemos sino de cómo lo hacemos.

     Bien. Para ti la perragorda. Convengamos en que Podemos es sólo un método, incluso un buen método, para alcanzar las instituciones. Que los fines de la nueva política residen en último extremo en las personas.
     ¿Y por qué esa desconfianza en las personas?
     Se nos solicitó confianza ciega en unos líderes. La llamada a la fe resonó como trompeta apocalíptica en el palacio de Vistalegre.
     Después de trece años escolares sometido a las arbitrariedades de otra fe igualmente ciega y tan radicalmente incondicional, no está en mi naturaleza anularme a mí mismo en una masa de incondicionales.
     Lo confieso, me da miedo. La incondicionalidad ha conducido demasiadas veces a fanatismos, a fascismos, a totalitarismos. El mayor de los totalitarismos lleva más de dos milenios sojuzgando al hombre en la ceguera de la fe.

     Podemos, se nos dice, es un asalto a la vieja política, aprovechando las herramientas de la vieja política, para instaurar una política nueva. ¿Es posible que de lo viejo brote lo nuevo?, ¿que lo caduco engendre lozanía? ¿Es posible que de lo putrefacto surja nueva vida?
     La naturaleza y la historia nos dicen que sí. Pero también sabemos que, en toda metamorfosis, puede que del gusano surja una polilla, que de la semilla brote la cizaña, que a un rey inhumano le suceda un soberano criminal, que un cambio social acabe siendo simple transformación para que todo permanezca igual, que un ser humano cualquiera amanezca un día siendo una cucaracha.
          

     Un argumento de peso, con el que a menudo se intenta callar la boca a quienes todavía pensamos que otro mundo no sólo es posible sino también factible, se centra exclusivamente en la situación de miseria material a que han conducido las políticas neoliberales implantadas por los últimos gobiernos.
     Hoy comer y mañana aprender. Sacrifiquemos la capacidad de desarrollo integral, tanto en lo humano como en lo material, en aras de una urgencia social dramática y apremiante. Rescatemos a las víctimas de la rapiña capitalista y pospongamos el debate ideológico para mejor ocasión.
     Como si uno y otro proyecto no fueran complementarios e indivisibles.
     Sería yo un irresponsable si hiciera ojos ciegos ante la miseria a la que han conducido las políticas neoliberales a gran parte de mis conciudadanos, si olvidara que un estómago vacío es la sepultura de toda ética, de todo humanismo, de la propia democracia. Pero ¿es auténticamente responsable hacer una labor de fontanería en las infraestructuras económicas sin desatascar las superestructuras ideológicas en que se sustentan?

     Quienes así hablan, suelen tener en mente un concepto de partido como mero gestor asistencial. Entienden el Estado no como el espacio común sino como latifundio gubernamental.
     Lo asistencial genera docilidad y clientelismo. Andaluces y gallegos sabemos bastante de eso.
     Si no queremos que, en el mejor de los casos, la necesaria solidaridad social termine siendo caridad institucional, expuesta a los vaivenes de las urnas y a la ferocidad de los depredadores de lo público, no podemos hacer un viaje en solitario a por peces para hoy, tenemos que embarcarnos a aprender a tirar todos juntos de la red.
     ¿Acaso el humanismo crítico y comprometido resta fuerza al intelectualismo táctico? ¿No son fuerzas complementarias en una sociedad que se busca libre y democrática?


     ¿Soy demasiado ambicioso? En esto, sí, lo soy. Uno de los consejos convencionales que con más convicción repito a mis alumnos: Si aspiras a un cinquillo, puedes encontrarte con que has calculado mal tus fuerzas y no llegues al aprobado. Si aspiras a lo más, sacarás de ti lo más.

     ¿Es posible que una leona dé a luz una gacela?, ¿qué un águila empolle un colibrí?, ¿que un partido político estructurado internamente según modelos jerárquicos que arrinconan la divergencia sea capaz de generar un espacio público de libertad y de participación, plural y dialogante, no solamente satisfecho en lo material?

     ¿Soy utópico? ¿Extemporáneamente idealista? ¿Un derrotado? ¿Desconfiado?

     Como Odiseo, soy nadie, uno más, náufrago en medio de la tempestad. Docente, escritor, ciudadano. No aspiro a cargos ni a reconocimientos, que condicionarían mi anónima independencia. No albergo pretensiones de infalibilidad ni de adoctrinamiento.
     Sólo una persona que se pregunta. Alguien en busca de respuestas, que duda de las voces de sirena de la promoción.
     Un nadie más, agarrado al mástil roto de unos principios éticos, en medio del naufragio, para no ser arrollado por el temporal.


     El reglamento de primarias impuesto por la jerarquía supone el acta de defunción de un Podemos que abrazaba y aglutinaba frente a este otro, ensimismado en su propio espejo. Supone la metamorfosis definitiva de aquel Podemos como movimiento regenerador de la democracia española en un partido más dentro del juego de tronos del despotismo partitocrático.
     
     Cuántas personas, cuántas ideas, cuánta energía derrochadas por el camino.

     Pero el efecto más nocivo de todo este proceso ha sido la polarización y la crispación generadas dentro de los propios círculos.
     Donde en un principio se respiraba una camaradería entre ciudadanos de procedencia e ideología diversas, unidos e ilusionados en un proyecto común, personas que, como he dicho en otro lugar, buscaban sumar lo que nos une, restando lo que nos divide; hoy por hoy, las virulentas tensiones entre quienes asumen ciegamente la voz de las alturas y aquellos que difieren, no en el diagnóstico ni en el propósito, han resucitado lo peor de esa España goyesca y cainita del duelo a garrotazos.
     Sirvan de ejemplo algunos comentarios vertidos en la página Facebook del propio círculo:

     Hubo un congreso y hay una solidísima mayoría que no quiere fórmulas extrañas y un tanto onanistas. Quiere ganar las elecciones. Con Podemos, que es la herramienta creada para ello, ahí donde la izquierda cavernícola nunca ha tan solo soñado con llegar. Topos, mala gente, narcisistas, mediocres, ilusos y despistados, pueden enfilar la puerta de salida. No es obligatorio estar en Podemos.

     Aquí hay frívolos, buitres, aprovechados, trepas, narcisistas y simples tontos que se dedican a intentar hundir a Podemos, entre los aplausos de la peor prensa del Régimen.

     Habrá que plantear (y así lo pediré en una próxima reunión) la continuidad de los que, desde dentro del círculo, están intentando sabotear y destruir a Podemos. Son pocos, pero agresivos, dogmáticos, manipuladores. Pequeños talibanes de la derrota y el fracaso. No hay que tener temor a echarlos.


"Duelo a garrotazos", Francisco de Goya. Fuente de la imagen:
 https://www.museodelprado.es/coleccion/galeria-on-line...
     


     Tenía prácticamente desarrolladas estas reflexiones y tomada la decisión, cuando accedí a la lectura de los comentarios precedentes, entre otros muchos de similar cariz, que no han hecho sino confirmarme aún más.

     No dudo de que, si no existiera Podemos, habría que reinventarlo, o algo parecido. Que es absolutamente necesario en la coyuntural actual y sus fines, mis mismos fines.
     Pero ahora mismo el modelo organizativo y el fanatismo desatado dentro de los espacios de participación me asfixian y me destruyen. Me encajonan y me siento prisionero.
     Con gran dolor del corazón y de las amistades contraídas, he de tomar distancias. Necesito recuperar el significado de las palabras, lavarlas de consignas en el río de la vida.

     Podemos ha muerto. Viva Podemos.
     ¿Y ahora?