"Ven. Siéntate conmigo en el césped
antes de que otro césped crezca con tu polvo y el mío."

(Omar Jayyam, Rubaiyyat)

jueves, 22 de enero de 2015

CON LA IGLESIA HEMOS TOPADO, de nuevo


     Durante mi última estancia en Granada, me topé en mi misma calle con una imagen urbana que no sólo ejemplifica el peso real de la iglesia en la vida cotidiana de la ciudad, siempre en incestuoso maridaje con las altas instituciones provinciales, sino que además sintetiza en una metáfora viva la oscurantista cosmovisión cristiana, históricamente impuesta con palmeta y amenazas, cuando no con el método más expeditivo de las armas.

Calle Carril del Picón. Granada.

     El colegio de los Hermanos Maristas, donde sufrí una infancia y adolescencia castradas por unos métodos pedagógicamente más que dudosos, se construyó, al parecer, en el solar de una antigua fábrica de chocolates. En los años sesenta, poseía varios pabellones de aularios, bordeados de frondosas moreras cuyas hojas cogíamos a hurtadillas en primavera, a pesar de la expresa prohibición, para alimentar los gusanos de seda; amén de tres grandes patios, una enorme piscina sin agua, que hacía las veces de cancha deportiva, un cuidado jardincillo de seto y caquis, una espaciosa capilla, gimnasio...

     Ya en los setenta, como respuesta al aumento demográfico consiguiente a la migración urbana generalizada, la fachada de muro ladrillado y la explanada de entrada al colegio fueron reemplazadas por un nuevo pabellón gris de aspecto carcelario.

     Más tarde, con los conciertos educativos, el colegio abrió sus generosos brazos ecuménicos a una mayor cantidad de alumnos, ahora subvencionados por el Estado pero siempre sujetos a la obligación de determinados desembolsos extraordinarios, para lo cual fueron desapareciendo las moreras y los caquis junto con la mayoría de los antiguos espacios de recreo.

     La última reforma acometida fue para construir, bajo los mismos pies de los estudiantes, un aparcamiento subterráneo de pago. Negocio lucrativo en una ciudad con un tráfico endiablado.

     Sin embargo, las dos salidas del parking daban a calles de dirección única, lo que devaluaba su capacidad mercantil. La solución dada por los siervos del voto de pobreza y de humildad se inscribe en la mejor tradición de El Corte Inglés, quien en su momento forzó las recientes ordenanzas municipales, protectoras de la entonces más que diezmada vega granadina, poniendo como condición para su implantación en la ciudad la construcción de la autovía de circunvalación a las mismas puertas de su establecimiento, en medio de lo que en otro tiempo fuera una feraz tierra de cultivo.

     Pues nada, revaloricemos ese parking subterráneo, confiriéndole una mayor accesibilidad, aunque el tráfico urbano quede todavía más colapsado en pleno centro ciudadano. Ya Dios nos lo premiará en la otra vida. De la noche a la mañana, la antigua calle de un único sentido, multiplicándose a sí misma como los panes y los peces, pasó a tener dos. Hasta aquí, lo habitual.

El polémico arzobispo de Granada, Javier Martínez.
Foto: Granada Laica. Aparecida en
ElPlural.com/Andalucía | 21/01/2015


     Curiosamente, la otra salida del aparcamiento desembocaba justo en un paso de peatones. Salomónica solución: se desplaza un par de metros dicho paso de peatones, con el resultado de que ahora quien lo cruza no se da de bruces con una salida de vehículos, sino con el tronco de uno de los árboles plantados de antiguo a lo largo de la acera.



Parking HH. Maristas



     Desde que el chamán, en los albores de los tiempos, alzó su brazo iracundo para controlar el miedo existencial de aquella indefensa manada al fondo de la caverna, la historia de la humanidad es el ininterrumpido intento de superar el miedo al dolor y a la muerte, bajo el paraguas nada inocente de idealizados seres superiores. Pero hay paraguas y parasoles.

     La antigua concepción griega del origen de la vida ponía su énfasis en la existencia de un caos primordial que, impulsado por el poder del deseo, generó en la materia un orden, dando así lugar a todas las formas de lo vivo, incluidos los dioses. Una especie de big bang en clave poética. De este modo, la materia informe cobra cuerpo en una naturaleza motriz, nunca estática, marcada por el binomio vida/muerte, muerte que es semilla de nueva vida, vida que lleva en su propia naturaleza la semilla del morir, una naturaleza de la que forman parte y contrapunto tanto los hombres caducos como los dioses inmortales. Dioses que, de este modo, representan una imagen idealizada tanto de los propios hombres como de la permanencia generacional de lo existente. Pobre consuelo, respetuoso con el precario equilibrio biológico, que no promete sino lo propio de su propia condición.

     Frente a esta imagen del mundo, la tradición judeocristiana impone una visión mucho más dictatorial, encabezada por un ser totalitario, completamente ajeno a la vida, que hace vida de la nada para inmediatamente condenarla a la nada. Yahvé no forma parte de la vida. La crea, como por juego, para ponerse a sí mismo a prueba y poner a prueba el propio juguete. Como un prestidigitador, la crea Él solito y, por lo tanto, la crea a su gusto, a imagen de sí, una imagen devaluada, claro, una imagen perecedera, cuyo miedo existencial y dependencia la hagan más dócil.

     ¿Qué es, entonces, para la tradición judeocristiana la vida? El tránsito de la nada a la nada, de la no vida a la muerte, paso de peatones de una acera a la otra, tránsito sádicamente peligroso, plagado de sufrimientos que hagan más apetecible esa nada final; carrera de obstáculos a mayor gloria de su promotor, valle de lágrimas entre cimas cuya imponente altura nunca deja penetrar la luz.

     Pero, claro, los antiguos mitos griegos buscaban explicar la totalidad del mundo al individuo, de esa inquietud nació el pensamiento, como arte y como conocimiento.

     Los mitos judeocristianos fueron redactados para imponer al mundo una ideología patriarcal y un contrato social de estructura netamente hegemónica y piramidal.

     El nuevo testamento transformó el antiguo tanto como la tan aclamada transición transformó una dictadura en democracia, dejando a los mismos personajes pero con vestimenta más actualizada, repartiendo el poder unipersonal en un más que curioso triunvirato, paloma incluida.

     La cultura occidental es el resultado de la angustia vital latente bajo el sinsentido impuesto como dogma y como ley. Dios nos echó a la vida pero nos prohibió conocerla, saborearla. Nos puso delante la vida, pero sólo para probar si éramos capaces de rechazarla, de renunciar a sus dones, no a sus pesares. Nos ordenó pasar por ella como de puntillas, corriendo ciegos hasta toparnos con la muerte, para no contaminarnos de vida, bajo amenaza de los castigos más tremebundos.

     Igual que ese paso de peatones, cuyo uso, dictado por las normas de urbanidad, nos conduce directamente a toparnos de bruces contra un obstáculo vial: uno de los olmos de la acera.



     No quiere esta reflexión ser denuncia. De darse una solución oficial, ya sabemos quién llevaría las de perder, ese pobre olmo que, como el de Machado, lleva años reverdeciendo cada primavera, incluso bajo el aire envenenado de un tráfico infernal.

     Sigamos mirando para otro lado y topémonos, amigo Sancho, una vez más con el árbol de la Iglesia.

     O atrevámonos a cruzar, incluso contra las normas mismas, hacia ese otro árbol prohibido del conocimiento.