"Ven. Siéntate conmigo en el césped
antes de que otro césped crezca con tu polvo y el mío."

(Omar Jayyam, Rubaiyyat)

miércoles, 20 de julio de 2016

26J LA DESASOSEGANTE VICTORIA DE ELPÉNOR




Acto de campaña de Unidas Podemos, Arganzuela (Madrid)
19 junio 2016



26J   LA DESASOSEGANTE VICTORIA DE ELPÉNOR


       Pasmado, que no sorprendido.
     Casi un mes ha transcurrido desde las elecciones generales del pasado 26 de junio. No puede decirse que el resultado no fuera previsible, a pesar de absolutamente todas las encuestas previas. Entraba dentro de las más pesimistas probabilidades.

     Un millón de personas, anteriores votantes de partidos de izquierda, han optado por no ejercer su derecho al voto. Otros siete millones de españoles continúan refrendando la política austericida, antidemocrática y corrupta del Partido Popular, un partido que ha obtenido el preciado honor de ser el mayor creador de desempleo y desprotección jurídica y social, el destructor sistemático de los sistemas públicos sanitarios y educativos, el mayor conculcador de los principios democráticos, el arrogante artífice de una de una siniestra mordaza judicial contra las libertades ciudadanas, el Robin Hood de los plutócratas contra esa misma población que, por miedo, por ignorancia o por desidia sigue confiándoles su voto; pero, sobre todo, el mayor semillero de corrupción y latrocinio.

     Igualmente previsible o probable habría sido la situación inversa.
     Que, ante la extrema situación de desigualdad social, abuso institucional, destrucción de servicios públicos y sociales, nepotismo y puertas giratorias, totalitarismo informativo y judicial, adulteración continuada de las bases democráticas y distorsión manipuladora del propio lenguaje, las manos que refrendaron con su voto este descalabro hubieran temblado y reculado.
     Tan posible como que quien sufre dicha política o quien tiene conciencia de su perversión hubiera dejado a un lado dogmatismos, reticencias, desencuentros, protagonismos o victimismos, empujando con su voto la vía de rectificación de esta política parasitaria.

     La noche del 26 de junio se cumplieron las más negras previsiones.
   No hubo vencedores ni vencidos, a pesar de las proclamas poselectorales.
     Ganó la abstención. Ganó la renuncia, la desidia.
     Perdimos todas y todos.

     Muchos han sido desde entonces los análisis, las explicaciones de lo ocurrido. Desde el "gilipollas" de la portada de una revista satírica hasta los argumentarios que apelan al miedo, miedo legítimo cuan letal, al desconocimiento o la desinformación, a la brutal campaña de intoxicación ejercida por los medios afines al poder, a fallos estratégicos en la campaña electoral, a incompatibilidades ideológicas.
     Todas esas razones revelan una parte de verdad, sin alcanzar ninguna a explicar la complejidad del comportamiento humano.

     Y, sin embargo, con ser deprimente, la noche del 26J puso de relieve algo mucho más desasosegante. La rapidez del olvido. La endeblez de nuestros principios. El pragmatismo que nos encadena.
     Estamos acostumbrados a representarnos el largo y terrible siglo XX a partir de películas o novelas que nos muestran la historia como un conflicto entre buenos y malos, como el resultado de la acción de determinados monstruos individuales, como ciénaga donde sucumben víctimas anónimas, omitiendo siempre el silencio aquiescente de las masas cuyas espaldas sustentaron al monstruo en la posición óptima para ejercer su vileza destructiva.
     La corriente involucionista e insolidaria que recorre el mundo y gangrena de nuevo a la vieja Europa, como respuesta irracional a una crisis forjada por el propio poder financiero en su propio beneficio, no es en absoluto ajena a la sociedad española ni a la política ejercida con sectario autoritarismo por el Partido Popular. España no necesita un Donald Trump, un Le Pen, una ultraderecha neonazi como la austríaca. Los tiene dentro desde hace más de ochenta años, ininterrumpidamente, con traje de paño o traje de Armani.

     No hay más ciego que el no quiere ver, o el que tiende los ojos allende las fronteras sin considerar lo que tiene en casa.
     ¿De qué nos escandalizamos cuando nos escandalizamos de la insolidaridad europea con unos refugiados cuyo infierno personal ha alentado la propia Europa con sus injerencias políticas y su mercado armamentístico? ¿Quién ha sembrado tanto odio y tanto miedo al extranjero entre los pobres europeos como para rechazar a quienes huyen de la muerte? No han sido partidos neofascistas o agrupaciones xenófobas, ha sido la precariedad a la que nos ha conducido la economía neoliberal impuesta de manera implacable y el miedo a perder lo que nos queda.
     España siempre fue tierra de acogida. Pero históricamente hemos antepuesto siempre la caridad a la solidaridad. Luego hemos llenado las vallas metálicas que nos separan del otro, del otro que nos necesita, con cuchillas afiladas y gases lacrimógenos.

     Tod@s somos Niza. Tod@s somos París. Tod@s somos Charlie Hebdo. Nos solidarizamos contra atentados terroristas que son consecuencia de la política belicista fraguada en las Azores.
     Pero nos inhibimos cuando son 50 homosexuales los que son tiroteados en Orlando. Afortunadamente, en España el tema está superado. La fiesta que arrastra a más gente en la capital de España es el día del Orgullo gay. Sólo ese día. El resto del año, el número de ataques fascistas contra el colectivo LGTB en Madrid no ha dejado de aumentar desproporcionadamente, con los vítores alentadores de la jerarquía eclesiástica.
     Son los mismos grupos xenófobos y violentos que de día en día van haciéndose cada vez más fuertes en puntos estratégicos de la capital, léase Tetuán o Legazpi, ante el desinterés o la connivencia de unas fuerzas policiales que gustosamente escoltan sus manifestaciones con emblemas y gestos anticonstitucionales.
     Ah, bueno. Pero en España no tenemos un Amanecer Dorado. No lo necesitamos, ¿para qué? Se robaría el espacio con el PP.

     La destrucción de la justicia internacional mediante oscuros tratados institucionales transoceánicos tiene su triste correlato español en una reforma judicial impuesta autoritariamente, que deja todavía más inoperante la supuesta separación de poderes y aniquila la justicia universal.
     El brazo judicial de la derecha histórica española se ha lanzado a apartar de la carrera judicial a quien intente romper la telaraña interior de intereses creados.
     Persigue discriminatoria y ferozmente la libertad de expresión con claros objetivos partidistas. Se enjuician como terrorismo las bromas quizás inoportunas, las opiniones satíricas, las funciones de titiriteros, siempre y cuando presenten un cariz crítico con el sistema vigente. No se toman en consideración las amenazas de muerte personales a políticos de izquierdas, ni los deseos expresos de lanzar una bomba sobre una multitud de manifestantes.
     Se enjuicia con extrema dureza a quien roba una barra de pan, pero los defraudadores millonarios y las escandalosas tramas de políticos corruptos brindan en sus yates con champán.

     Escuchamos conmiserativos en los noticiarios,que una vez más un error policial ha acabado en EEUU con la vida de un inocente, generalmente un negro. Y nos echamos las manos a la cabeza cuando esta población acosada responde con la misma moneda.
     Pero eso sucede en un país esencialmente racista. Lo hemos visto en innumerables películas. Aquí en España eso no ocurre, al menos no que yo sepa. Claro, porque cuando paseamos por la calle no hablamos con acento latino, ni tenemos facciones magrebíes, ni somos negros, ni pertenecemos a etnias históricamente vilipendiadas. En consecuencia, no somos objeto de las habituales redadas policiales.

     Convivimos en silencio con el horror, alimentando con nuestro silencio "el huevo de la serpiente".
     Aquí no pasa nada. Yo no soy gay, ni refugiado, ni torturado, ni moro, ni un muerto de hambre. Ni me he enterado. No han venido a por mí ni lo he visto en las noticias.


Yorgos Seferis


     Yorgos Seferis, poeta griego que vivió de cerca la política internacional de mediados del siglo XX, como diplomático agregado del gobierno griego, al que acompañó en su exilio durante la ocupación alemana, usó en algunos de sus poemas un personaje homérico secundario. Como otros muchos elementos de su poesía, este personaje enriquece su propia naturaleza literaria con una fuerte carga simbólica, que el propio poeta reveló en alguno de sus interesantes artículos.
     Se trata del personaje de Elpénor, en contraposición tanto a Odiseo como a Tersites.

     Para quienes tengan olvidados a estos personajes, hago un breve recordatorio.
     Tersites aparece en La Ilíada. Es un simple soldado, fanfarrón y despreciable. Frente a los héroes dialogantes de la clase nobiliaria, clase a la que iba dirigido el poema, Tersites carece de nobleza alguna, es egoísta, pendenciero y adulador.
     Odiseo, también llamado Ulises, juega un papel fundamental en la guerra contra Troya, con todos sus claroscuros. En La Odisea es el ser sufriente que lucha contra los monstruos que se le interponen para regresar a su hogar. Su dura travesía es la del hombre que fuerza y construye su propio destino.
     Es en La Odisea donde aparece brevemente el pobre Elpénor. En su regreso a Ítaca, la tripulación de Odiseo recala en la isla de Circe, una hechicera que, mediante el vino y la comida, convierte a sus hombres en cerdos, a Elpénor entre ellos. Odiseo, con la ayuda del dios Hermes, logra dominar y doblegar la voluntad de Circe, quien devuelve a los cerdos su naturaleza humana.
     No sólo eso, ella misma indica al héroe el modo de navegar hasta el Hades, la región de los muertos, para que éstos le expliquen el camino de regreso. Una de las escenas más poderosas de La Odisea, puesta de relieve por el propio Seferis: la necesidad de mantener el contacto con nuestros muertos, de partir de nuestras raíces, de no renegar de nuestro pasado para emprender nuestro porvenir.
     La víspera de la partida, Circe ofrece a la tripulación una cena de despedida. Al amanecer, a punto ya de zarpar el barco, Elpénor despierta en la azotea del palacio, bajo los efectos todavía de toda la comida ingerida y de todo el vino bebido. Atribulado, quiere correr hacia el barco con las velas ya desplegadas. Pero, en su tribulación, cae por la barandilla de la azotea y muere golpeándose contra el pavimento.
     Ignorantes de lo ocurrido, los compañeros de Odiseo llegan al Hades, donde al primero que encuentran es la sombra de Elpénor. Éste les suplica que, al volver a la isla de Circe, lo sepulten e hinquen su remo en la arena, como monumento conmemorativo de su absurda muerte.

     En Elpénor, Seferis ve al hombre común, cuyo único horizonte vital es la propia satisfacción, la comida y la bebida. Ve al hombre ignorante, satisfecho de su propia ignorancia, realizando actos imprudentes a satisfacción propia e inmediata,, sin medir sus consecuencias. Elpénor es "sumiso y condescendiente", es "callado y silencioso", procura no llamar la atención, generalmente pasa desapercibido. Es "mediocre" y  está "echado a perder por un sentimentalismo muy primario". No es el heroico Odiseo ni el ruin Tersites. Es el hombre anónimo, que se rebela contra su anonimato con lo único que lo identifica: su herramienta de trabajo, su herramienta de sumisión, la herramienta que lo hermana con los demás remeros.

     Lo grave de Elpénor y de los innumerables Elpénores con los que a diario convivimos no es lo que son, poca cosa, sino lo que el propio Seferis explica de la siguiente forma: "No olvidemos que estos hombres inofensivos, precisamente por ser fáciles, a menudo son los mejores portadores del mal que en otra parte tiene su fuente".


     Por acción o por omisión, el pasado 26 de junio ningún partido obtuvo la victoria electoral sino Elpénor, sumiso, dócil, medroso y primario, portador involuntario del mal que en otros tiene su origen.